La fecha en la que estamos, tiempo de cierre de curso académico, político, futbolero y de balances, memorias y demás análisis previos al descanso y paréntesis estival, sumado a la proximidad de las elecciones, hacen idóneo el cuento que hoy comparto en estos apuntes. No podría ser otro. Su título,” El mentiroso”, su origen, Algeciras.
Las mentiras inundan nuestras vidas. Los medios de comunicación tergiversan y sesgan la información intencionadamente, qué falta de honestidad periodística. Las estrellas del fútbol fingen continuamente sobre el césped con niveles de interpretación que para sí los quisiera el mismísimo Banderas o Al Pacino, qué asco de deportividad. Los hombres intentan engañar a sus parejas con sexo con otras mujeres, ellas los engañan a ellos con relaciones con otros hombres, qué fidelidad más imposible. Los hijos mienten a sus padres, éstos a aquellos, qué mentira más innecesaria donde se cuenta con tanto amor. Ni los cuerpos desnudos al sol en las playas quedarán libres de tanta mentira, qué soberbia humana eso de la cirujía plástica.
Pues bien, aunque a unos todas estas mentiras les repugnen y a otros tantos les dejen indiferentes diciéndose “la vida es así”, no hay, de entre todas las mentiras habidas y por haber, ninguna más penosa, más lerda, más dañina, más inútil, y de peor consideración en su clase, que aquella que nos hacemos a nosotros mismos. Sin comparación, esa es la peor, el autoengaño. La autocomplacencia faltando a la verdad es desde luego el camino más derecho y más rápido al pozo.